miércoles, 9 de junio de 2010

¿EXIMIDOS DE PENSAR?


Hace algunos días por no pensar tuve un molesto y embarazoso incidente con un celular y eso me hizo reflexionar en torno a la manera como el acceso inmediato a la comunicación, la disponibilidad permanente de información y el crecimiento de las herramientas que supuestamente nos hacen la vida “más fácil” se han convertido en una excusa para no pensar, en alcahuetas de la impulsividad y en amigas de la pereza.
No me malinterpreten por favor, soy defensora acérrima de las TIC, gracias a ellas tengo trabajo, son el tema que me genera pasión y que copa la mayor parte de mis reflexiones, sin embargo creo que hay un límite a lo que les podemos pedir y a la extensión del papel que les permitimos en nuestras vidas.
¿Por qué sumar si existe Excel? ¿Por qué aprender a escribir medianamente decente si el corrector de ortografía de Word lo hace por uno? ¿Por qué leer un libro si el resumen está en Internet? o ¿Por qué molestarse con escribir un trabajo si el Rincón del Vago los tiene todos? La lógica es que no hay razón para complicarse la vida aprendiéndose un número de teléfono o incluso desgastarse en caminar dos pasos hasta el cuarto de al lado si con el Blackberry nos hablamos con el simple movimiento de dos dedos, ejercicio de pulgares como me gusta llamarlo. Pareciera que estas son el tipo de reflexiones que se van interiorizando en la medida en que percibimos que tenemos tantas “facilidades” al alcance.
Y es que parece que ya ni siquiera vale la pena pensar para recordar cuando todo queda registrado en nuestras cámaras digitales y en las memorias de nuestros dispositivos móviles. Hace poco fui a un concierto y la mayoría de los brazos levantados sostenían una cámara a través de la cual los asistentes disfrutaban el espectáculo en vez de mirarlo directamente con sus ojos y recordar el momento, experimentar el “feeling” del lugar y vivir la intensidad de la emoción. Tal vez estaban excesivamente concentrados en el zoom y el smile shutter, o tal vez demasiado preocupados por el tiempo restante de sus baterías.
Personalmente siento que mi capacidad de memoria esta siendo visiblemente afectada.
¿Qué sería de mí sin la barra de tareas o el calendario de Google que cinco minutos antes de cada reunión le bota a mi cerebro una “alerta temprana” que le hace recordar lo que él perezosamente había olvidado o incluso nunca había registrado dentro de su repertorio? Finalmente creo que es culpa nuestra o por lo menos creo que es culpa mía sentir que porque puedo llamar en cualquier momento y en cualquier lugar tengo el derecho a ser impulsiva, que las herramientas de ayuda se hayan convertido en más que eso y que las haya utilizado para hacer menos y pensar menos.

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